viernes, 10 de octubre de 2014

Al salir de clase

Efectivamente, has acertado. El título de este post responde a una serie de televisión de cuando algunos de nosotros éramos jovenzuelos. Una de esas series cuya trama transcurre en un Instituto de Educación Secundaria, con personajes que superaban los 20 años. Curioso, ¿no?. Es como en la mítica Grease, en que Olivia Newton John hacía de niñata de 17 años y tenía más de 30 en realidad. Qué tontos/as somos los/las telespectadores/as algunas veces…

Pero no, el post no va sobre la serie. Siento defraudarte. Desde hace unas semanas estamos dando una asignatura de 4º grado de Publicidad y RRPP en la Universidad. La asignatura en concreto se llama Publicidad en Sectores Especializados.  Aunque hace años que tengo relación con el mundo universitario como conferenciante, debo reconocer que el primer día de clase tenía cierto gusanillo en el estómago. Plantarse delante de un grupo considerable de post-adolescentes a darles la chapa no es tarea fácil.

Como supondrás, trataré de describir algunas de las sensaciones que he experimentado tras tres semanas siendo profe. Se me hizo raro entrar a la clase, esa misma clase donde yo hice mi último curso de carrera, en la que esta vez entraba con camisa, americana y zapatos. Y casi nunca me pongo así, ni para ir a ver a un cliente. Soy publicista, puedo permitirme la licencia de llevar unas Munich fucsia con una americana azul.



El mundo de la docencia está, bajo mi punto de vista, infravalorado. Tengo la ligera impresión de que los alumnos son cada vez más exigentes. Soy el menos indicado para hablar, ya que yo siempre fui un estudiante bastante guerrero. Pero me hizo gracia observar, en la última clase, que los/las alumnos/as cuestionaban hasta mi rigidez a la hora de evaluar. Y no lo hacían en corrillo 2 minutos antes de entrar en el aula, no. Me lo dijeron deliberadamente al más puro estilo “in your face”. Y ojo, no quiero decir que me parezca mal, de hecho creo en la comunicación cercana entre alumno/a y profesor/a. Pero si que esperaba que, por lo menos, fuera una afirmación basada en algo. Y creo haber percibido que no lo era.

En mi caso, que no soy profesor titulado (ni quiero serlo, por Dios, soy muy feliz siendo un publicista tarado), la dinámica de trato con el/la alumno/a es un tanto peculiar. No me gusta gritar, ni soy partidario de dar clases teóricas inacabables, ni siquiera me gusta la sensación de saber que estoy aburriendo a los/las chavales/as. Por eso intento hacerles interactuar al máximo, y que las clases sean lo más prácticas y dinámicas posible.

Vale, sé que estoy hablando de una forma muy vaga. Me encantaría poder dar ejemplos de cositas que han ido sucediendo durante las 3 clases que he dado, pero dado el carácter público que tiene un blog como este creo que mejor no hacerlo, no quisiera herir la sensibilidad de cualquiera de mis alumnos/as que pueda llegar aquí. Pero sí puedo describir algunas sensaciones que he tenido.

Los primeros dos días de clase salí con una sensación un poco confusa. Por un lado, un poco confundido acerca de la capacidad real de los/las chicos/as de salir al mundo laboral de una forma coherente y competitiva (supongo que deberemos “agradecerles” a los últimos gobiernos de la nación por aprobar, legislatura tras legislatura, leyes para la educación que tratan de convertir al alumno/a en borrego/a en vez de aportarle un espíritu crítico y analítico frente a las diferentes materias). Por otro lado, con una especie de sensación de alivio, aquella más egoísta que me llevaba a pensar algo parecido a “bueno, tranquilo, si los/las futuros/as profesionales de la publicidad van a salir así, vas a tener trabajo por mucho tiempo”.




Cruel, ¿no? Vale, cruel. Pero real. ¿Por qué esconderlo? También debo decir que, tras la clase del pasado martes, dejé de tener esa percepción. El nivel de capacidad creativa de los/las jóvenes es ciertamente admirable. Les puse la, para nada fácil tarea, de desarrollar un concepto creativo para vender aerogeneradores a terratenientes particulares. Una paja mental completamente digna de cualquier artista del Surrealismo, pero propuesta por uno de los grupos de trabajo en clase. Y me pareció una buena forma de testar su capacidad creativa. Y debo reconocer que me sorprendieron. Y mucho.


Cuando era estudiante, salía de clase con la sensación (¿errónea?) de no haber aprendido absolutamente nada. Y por el contrario, ahora que estoy en el papel del profesor, tengo la sensación de que no he parado de aprender cosas desde que empecé esta gran aventura de la docencia, en mi mente comparable a cualquiera de las hazañas de Indiana Jones. Sensaciones muy dispares las que se sienten AL SALIR DE CLASE.